El ángel exterminador





Me suelen ofender las adaptaciones de la gran pantalla a las tablas porque son dos formatos radicalmente diferentes que amo y no siempre es fácil que casen con facilidad. 
En las dos direcciones se cometen demasiados errores debido a la fidelidad formal que requieren ambas disciplinas y al ser adaptadas en ambas direcciones, podemos perder las cualidades de un medio por ser fiel al otro. 
Otro de los problemas que tiene habitualmente el teatro es que, ante las dificultades para llenar las salas, se utiliza como reclamo la adaptación fácil de una película conocida. 

Esas son, tristemente, las consecuencias de la industria actual y de un público demasiado deudor de la pantalla.  


En esta ocasión el reto era importante porque hablamos de todo un clásico, una de las películas más influyentes del cine español.  
El ángel exterminador es un ejemplo perfecto del surrealismo de la época con el director de cine español más internacional —con perdón de Pedro Almodóvar— y Blanca Portillo se encarga de dirigirlo a buen puerto. Como ya hiciera en su montaje de Don Juan Tenorio, nos sitúa en un contexto más actual jugando con lo que más le interesaba de la cinta. 
El texto del dramaturgo Fernando Sansegundo convierte el guión original en una nueva historia en la que la burguesía de la época muta en personajes célebres contemporáneos
El escenario del Teatro Español de Carme Portaceli se transforma en una mansión de la calle de la Providencia muy arriesgada a nivel de programación y producción. 


Si bien es verdad que la película del aragonés tenía un claro punto crítico a la burguesía y al ser humano, en la obra de Portillo está más focalizada en temas de actualidad: la dudosa política española, la violencia de género, la adicción a la tecnología, la decadencia de la ciudad...todo tiene cabida dentro del monstruoso palacete donde están encerrado nuestros protagonistas.




Debo reconocer que la puesta en escena tiene elementos muy espectaculares gracias a la originalidad de Roger Orra, sobretodo en los compases finales (prefiero no mencionar más detalles para no estropear la experiencia del espectador). 
Sin embargo,  no es si no un error el mostrar de manera tan explícita el encierro de nuestros protagonistas utilizando un cubo de cristal semicerrado que impide escuchar claramente a los actores dependiendo de su disposición en el mismo. Es un elemento escenográfico buscado conscientemente y, si lo analizamos objetivamente, aporta esa sensación de encierro invisible al ver y escuchar a los protagonistas en una pecera. 
A pesar de que el elemento es impactante, es incómodo tener que esforzarse por escuchar las réplicas de los actores a pesar de su buen trabajo en escena. 
No debemos olvidar, que la mayor parte del tiempo, son catorce actores los que hablan, gritan y se desgarran en las tablas durante más de dos horas, así que el espectador puede acabar agotado con ese sonido tan opaco. 



Otro aspecto que puede jugar en contra de cualquier propuesta escénica es el espacio en el que se representa. El Teatro Español es un espacio que puede imponer a cualquiera pero también está muy limitado por su estructura. No puedo evitar acordarme del gran acierto de la elección del CND para el montaje de La Cocina de Peris-Mencheta. 
En El ángel exterminador, el espacio es vital no sólo por lo que pasa en el escenario sino fuera de él ya que el patio de butacas pasa a ser un elemento indispensable de la historia para darnos un punto de vista nuevo pero muy incómodo para el público (espectadores que se levantan y se sientan constantemente y entradas y salidas de personajes que restan visibilidad). 

A pesar de todo esto, la obra está sublimemente dirigida, con un trabajo de actores impecable donde ninguno destaca por encima del resto porque aquí juega el factor de la masa sobre el individuo. 
La escenografía y el vestuario están bien cuidados, constituyendo una puesta en escena espectacular que me demuestra que en España se pueden hacer montajes que no tienen nada que envidiar a otros escenarios internacionales. 

En conclusión, a pesar de que la propuesta en términos generales es imperfecta, es terriblemente bella y actual y ha conseguido que, tal y como he confesado previamente, deje de lado mi reticencias hacia las adaptaciones de este tipo y me haya lanzado de cabeza al estreno.     



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