Si hay algo que puede distanciar el audiovisual de las artes escénicas es la concreción. Mientras que en el primero hay que mantenerse fiel a un sistema lógico, en el segundo la libertad para el creador y el público no se limita únicamente a lo tangible, sino también a lo subyacente. Y esa es la llave que usa Macarena Regueiro en su obra estrenada en Nave 73.
"Lo que se rompe" propone al espectador un viaje a través de una mujer que nos muestra sus raíces, sus miedos, los deseos, lo que la hace reír o lo que le provoca sufrimiento. Desde lo concreto hasta lo universal de la complejidad del alma humana, sirviendo de una puesta en escena que mezcla el teatro de texto, la performance, la danza contemporánea y las visuales. Con todos estos recursos, nos adentramos en un mundo complejo que nos deja perplejos gracias a la capacidad narrativa de virar entre géneros sin perder el foco ni el interés. Algo bastante complejo y del que la directora sale victoriosa.
Macarena Regueiro se encarga de escribir, dirigir y protagonizar una propuesta tan íntima y personal. Tiene la cualidad de llevar al espectador desde la extrañeza hasta la ensoñación y la risa en cuestión de minutos. Se trata de una propuesta valiente, especialmente diseñada para el espectador más exigente, que se aparta de la narrativa mainstream centrada exclusivamente en transmitir emociones y sugerir sin concretar demasiado.
En Nave 73, se presenta una obra multidisciplinar donde Regueiro se entrega por completo, utilizando una amplia gama de recursos interpretativos de manera admirable. Es importante tener en cuenta que se trata de un monólogo que incluye escenas de danza contemporánea, e incluso piezas musicales en las que canta y baila. Es un tour de force en el que la intérprete domina completamente la escena, eso sí, perfectamente acompañada por un coro compuesto por Paula Campos, Andrea Muñoz, Carla Montero y Marta Mañas, bajo la dirección de movimiento y coreografía de Julio Ruiz. Todo esto se complementa con matices visuales creados por un texto muy literario que describe paisajes hermosos, oníricos y absurdos.
Regueiro realiza tantas acciones en escena que la escenografía se ve eclipsada por su exuberancia, limitándose a un elemento en particular: la materia, la roca. Todo esto se apoya en un interesante diseño de luz y sonido que añade contrapunto al relato. Este minimalismo se convierte en virtud, con referencias a la iconografía cristiana, la cultura pop y el flamenco.
Se trata de una aventura que absorbe al espectador en su butaca y lo exprime de la misma manera que lo hace con la propia intérprete, dejando muchas preguntas en el aire pero logrando transportarlo durante la hora y veinte minutos de duración de la obra.
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