Todas las canciones de amor. Dir: Andrés Lima



El monólogo es uno de los formatos más antiguos y más difíciles de ejecutar en teatro. A menudo el trabajo del actor vive de sus sinergias con los compañeros de reparto. Sin embargo, cuando estás defendiendo un texto sobre las tablas de un escenario, no tienes más herramientas que la verdad y la relación con el espectador. Un fino hilo invisible que vincula al público con lo que están viendo, en comedia el ritmo genera el humor, pero en el drama es más complicado: un desafío en mayúsculas para todo intérprete que se precie. La razón es que pone en juego sus flaquezas y las de la obra. Siendo todo un reto hacer una propuesta sólida que funcione.

Esto es a lo que se enfrenta en cada función Eduard Fernández en Todas las canciones de amor. Un salto al vacío cargado de retos que se transmiten a cada una de las butacas de Teatros del Canal, y que te hacen vibrar al unísono con todos los temas que salen por los altavoces en la Sala Verde.

Tras una serie de talleres de investigación, la creatividad de toda la compañía dio lugar al texto del dramaturgo argentino Santiago Loza, en una historia que retrata a la madre de Eduard Fernández, a la de su director Andrés Lima y a todas las madres del mundo. Las personas que nos dan la vida, de las que heredamos la tierra, quienes nos ensañan a caminar y quienes ven nuestros éxitos y fracasos. 





En Todas las canciones de amor, Ana María, una mujer de avanzada edad, transita en la realidad más cruenta: la soledad. Esperando la muerte, en un piso vacío donde se mezclan el sueño, la monotonía, el amor y la memoria, en un viaje que no será condescendiente con el espectador. 
Una historia que podría buscar la sensibilidad de una manera burda. Sin embargo, en el texto hay algo que nos separa del personaje, una literalidad que hace que no sea una obra dramática, sino también un experimento que nos transmite sentimientos sin llegar a agobiar. Los momentos oníricos, las transiciones musicales y los juegos de proyecciones nos separan lo suficiente para no llorar durante toda la función.

Eduard Fernández interpreta a la mujer protagonista de una manera sublime, siendo el público testigo de una mimesis que nos recuerda a las mujeres de una generación en concreto. Esos gestos con las manos, esos movimientos cansados o la manera de reaccionar a los eventos que le suceden. Toda una proeza en la que Fernández necesita poco para dar lo máximo de sí. Un fantasma de nuestro pasado, una madre eterna. 
Recomiendo escuchar todas sus canciones, porque son de amor. Y el amor no muere.

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