El monólogo es uno de los formatos más antiguos y más difíciles de ejecutar en teatro. A menudo el trabajo del actor vive de sus sinergias con los compañeros de reparto. Sin embargo, cuando estás defendiendo un texto sobre las tablas de un escenario, no tienes más herramientas que la verdad y la relación con el espectador. Un fino hilo invisible que vincula al público con lo que están viendo, en comedia el ritmo genera el humor, pero en el drama es más complicado: un desafío en mayúsculas para todo intérprete que se precie. La razón es que pone en juego sus flaquezas y las de la obra. Siendo todo un reto hacer una propuesta sólida que funcione.
Esto es a lo que se enfrenta en cada función Eduard Fernández en Todas las canciones de amor. Un salto al vacío cargado de retos que se transmiten a cada una de las butacas de Teatros del Canal, y que te hacen vibrar al unísono con todos los temas que salen por los altavoces en la Sala Verde.
Tras una serie de talleres de investigación, la creatividad de toda la compañía dio lugar al texto del dramaturgo argentino Santiago Loza, en una historia que retrata a la madre de Eduard Fernández, a la de su director Andrés Lima y a todas las madres del mundo. Las personas que nos dan la vida, de las que heredamos la tierra, quienes nos ensañan a caminar y quienes ven nuestros éxitos y fracasos.
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