Jauría de Jordi Casanovas por Miguel del Arco

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Cuando el teatro sale a la calle, investigando la realidad social y alejándose de manierismos, es porque la sociedad lo necesita.  
Es un acto sincero y puro, centrado en hechos populares, sin ficción ni telones que lo alejen del público. Sin aplausos buscados ni falsos sentimentalismos. Una plasmación íntegra de lo que denominamos verdad. 
Con dolor. Con fuerza. 

El documento como estandarte y materia para la construcción de un relato escénico es la directriz con la que El Pavón Teatro Kamikaze arranca un programa doble formado por Port Arthur y Jauría, dos propuestas que se basan en casos reales que causan impacto y controversia social. 

La primera de ellas, Port Arthur, es un relato sobre un crimen cometido en Australia en los 90 y su controvertido interrogatorio. La segunda, nos pilla más de cerca, ya que Jauría, se centra en el juicio por violación ocurrido en San Fermín en 2016, basado en las transcripciones del mediático caso de "La Manada", así como de declaraciones de los acusados y la denunciante.  


Jordi Casanovas plantea un espectáculo donde la pureza es la clave, con un Miguel del Arco en lo más austero que hemos visto nunca, quedándose en la esencia de los acontecimientos 
La historia se muestra al público de la manera más objetiva posible, haciendo reflexionar a cada persona que está en su butaca, quien tendrá que sacar sus propias conclusiones a las preguntas que se plantean: ¿quién es la víctima?, ¿quiénes son los culpables?,¿qué castigo se merece tal acción?.
En muchos momentos de la obra la iluminación no sólo se centra en los protagonistas sino en el propio público, quedando clara la dicotomía de Jauría, donde el espectador es el reflejo de la sociedad ya que son quienes van a juzgar la obra y se van a posicionar ante la violación.

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Uno de los aspectos que más persiguen al gremio del actor es el ego. Una conjetura que aquí se rompe totalmente porque los actores forman un todo, sin individuos, una manada en el más estricto sentido. Ningún intérprete destaca por encima del otro, liberándose de sus ataduras personales y formando parte del puzzle escénico, de manera altruista y creativa. Una manera hermosa de interpretar, donde cada actor aporta contundencia y veracidad sin caer en falsas mimesis. 
Fran Cantos, Alex García, Ignacio Mateos, Raúl Prieto y Martiños Rivas son esa manada de lobos,  que pueden representar a cualquier conocido, a nuestros vecinos o compañeros de trabajo, ya que están más cerca de lo que creemos. Son tipos normales cometiendo actos indecentes.
Y es que los machismos que infectan nuestra sociedad pasan a veces inadvertidos, están ahí sin apenas darnos cuenta. Terrorífico.

El personaje femenino encarnado por María Hervás, es el que establece mayor vínculo con el espectador, jugando con sencillez y credibilidad, siendo la contención su principal virtud. Gracias a ella, libre de aspavientos y sobreactuaciones, nos acercamos de manera natural a este terrible relato. Los hechos ya son duros de por sí, de modo que, como espectador, que se agradece que no hayan caído en la tentación de meternos en terreros pedregosos explícitamente, evitando el sensacionalismo. 

La gran carga que tiene Jauría nos sirve para recordarnos el mundo en el que vivimos y la lucha que queda todavía para crear una sociedad igualitaria. El mundo tiene que cambiar y esta obra en un paso muy importante para contribuir a ese cambio. 
Lo mejor de todo es que su compromiso es con la realidad, sin ninguna sola línea del texto de ficción, sin malinterpretar. Sólo poniendo en pie los hechos y haciendo que el público discuta sobre la universalidad de estos problemas que ocurren aún en el siglo XXI.
Si algo disfruté ayer al salir del teatro, fue el silencio que experimenté mientras el público salía de la sala, fue de lo más elocuente
 

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