No engaño a nadie cuando digo que la etapa de madurez de Almodóvar me interesa más que sus inicios punk. La edad está haciendo mella en el cineasta manchego en el mejor de los sentidos: más pausado, más autoconsciente, con mucho más mimo al detalle y más espartano en su puesta en escena, yendo por el camino más recto para contar sus historias (cada vez con menos florituras).
En este punto, sigue arriesgando, y “La habitación de al lado” representa un punto de inflexión en su carrera, ya que es la primera obra del cineasta en ser rodada en lengua inglesa, con localizaciones en Estados Unidos y un reparto internacional.
Tras su proyecto caído en desgracia con Cate Blanchett y una serie de cortometrajes como buena prueba del saber hacer del cineasta en otra lengua, Almodóvar ha vuelto con la suficiente seguridad para encarar un largometraje de estas características, y el resultado no puede ser más satisfactorio.
Julianne Moore y Tilda Swinton son dos antiguas amigas que se reencuentran en un hospital porque una de ellas tiene cáncer en estado terminal. El giro llega cuando Ingrid (Swinton) le pide a su amiga que viva con ella en una casa alejada de Nueva York y la acompañe en sus últimos días, ya que se quiere suicidar con una pastilla comprada en la Dark web y así, terminar sus días de la mejor manera posible.
La eutanasia es un tema complicado y la película pone el foco en ella con tragedia, pero con belleza y vitalidad, siendo realmente una historia sobre una amistad compartida hasta el final. La muerte es el cierre, pero la vida o las reflexiones sobre la vida son el motor del relato.
Las dos actrices están soberbias y, para mí, es el mejor papel de la carrera de Swinton. Ambas muy contenidas y sabiendo trabajar muy bien en el universo almodovariano, que como ya sabéis, está regido por otras normas. El papel de John Turturro le convierte en el álter ego del director, ya que en determinado momento se convierte en el medio perfecto para la crítica y la condena sobre la problemática del cambio climático, enlazando así dos temas totalmente alejados con intenciones similares a la ley de memoria histórica en “Madres paralelas”.
Tiene toda mi admiración porque, para ser un salto a Hollywood, Pedro no se ha cortado un pelo, realizando una película fundamentada en el verbo y la palabra. Con lo rica que es la lengua castellana, adaptarse al inglés no habrá sido tarea fácil.
Las acciones suceden en habitaciones con muy buenos diálogos y un ritmo pausado a lo Bergman. Hay muchas referencias chulas como Edward Hopper, William Faulkner y citas a Joyce que hacen que salive. Sin embargo, es una película densa y reposada que podría hacer tirarse de los pelos a más de uno. Si sabes bien cómo catarla, podrás disfrutar de su gran aroma y sabor.
Una apuesta arriesgada por parte de la productora de El Deseo, que espero salga victoriosa en la temporada de premios, ya que viene con la vitola de haber ganado el premio gordo en Venecia.
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