La flor (2018) de Mariano Llinás



Durante este confinamiento mucha gente está aprovechando para adquirir nuevas habilidades o para aprender nuevas actividades. Pero, pese a todos sus sacrificios, también es un tiempo idóneo para profundizar en intereses que ya se tienen. Y esto para los cinéfilos es especialmente idóneo, porque el número de películas a nuestra disposición es inabarcable y al mismo tiempo podemos seguir un buen criterio selectivo, sobre cierto tipo de cine. En este sentido, La flor, la última película del argentino Mariano Llinás, presentada en varios certámenes de relieve en 2018, es una apuesta muy interesante. Lo es sobre todo porque difícilmente se puede disfrutar en otro contexto y para quien no tiene cierto conocimiento previo de la historia del cine, o al menos cierta afinidad por las cintas alejadas del cine más comercial y muy basadas en su naturaleza metalingüística. Y aparte hay una razón marginal, y es que dicha película está disponible en la plataforma Filmin sólo mientras dura el estado de alarma que nos ha impuesto este confinamiento. No es una coincidencia ociosa.

Como tampoco es ocioso el acercamiento que reclama Llinás para ver su película, por muy lúdico que pueda ser su tratamiento. La misma está dividida en seis episodios, todos menos uno protagonizados por las mismas cuatro portentosas actrices (Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes), aunque interpretan personajes distintos; y dos de esos episodios están a su vez divididos en varias partes. El total se extiende a más de trece horas de metraje. Esto podría dar la tentación al espectador de abordar la cinta como una serie, pero tampoco es oportuno porque los episodios tienen una duración muy desigual, siguiendo una progresión casi piramidal. El más largo es el tercero, yendo más allá de las cinco horas, seguido por el cuarto, superior a las tres horas. En cambio el penúltimo y especialmente el último son muy cortos. Cada episodio, como explica el propio director en el prólogo de la película, sigue además un género distinto, aunque ninguno de ellos está claramente definido. El más claro sería el subgénero del espionaje del episodio tercero, pero su narración laberíntica, con predominio de la voz en off acompañando acciones casi inertes, reduce parte de los elementos más habituales de dicho subgénero.




Lo que sí es común a toda la cinta, además de lo ya indicado, es un mismo tono romántico, precisamente por las digresiones de esa voz en off, cualquiera que sea su evocador, y por el lirismo de unas imágenes que explotan al máximo la aparente sobriedad de los escenarios. La cámara de Llinás apenas se basa en el movimiento propio, pero sí mucho en el ajuste de sus referentes para componer largos encuadres muy dinámicos, con varios términos y habitualmente con un primer término ocupado por el perfil de un personaje, en primerísimo primer plano. Esto evita asimismo toda sensación de distanciamiento con una película que podría provocarla, no solo por su extensión sino por su abstracción. Sin embargo, el entretenimiento está asegurado en una propuesta con insospechados golpes de humor y con un desprecio solo parcial hacia las reglas narrativas, jugando con ellas, dándoles la vuelta, ironizando con todo este constructo, para disfrute último del espectador. Ojalá se puedan seguir ensanchando los límites del cine con películas como ésta durante mucho tiempo.

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